Debido
al pésimo diseño curricular venezolano, terminé mi bachillerato sin haber jamás
estudiado un curso de química. Mi formación universitaria fue humanística, de
forma tal que sobre moléculas no conozco casi nada. Pero, desde las
humanidades, me he dedicado a atacar la corriente postmodernista. Y, como bien
señala el filósofo argentino Juan José Sebreli, buena parte del postmodernismo
en realidad es un intento de regreso al pre-modernismo.
Así, hoy
prospera la idea de que la modernidad ha sido muy mala, y nuestros ancestros
vivían muy bien en sus comarcas. Y, esta nostalgia por el pasado ha sido
especialmente potenciada por grupos ecológicos que han terminado por oponerse a
toda forma de avances biotecnológicos. La izquierda ha tenido muchos fracasos políticos,
y ha estado en la necesidad de reinventarse. Y, una de las formas de
reinventarse es vistiéndose de verde. Así, de repente, a la izquierda le dejó
de preocupar los sindicatos y la explotación laboral, y dirigió su atención a
causas más pijas. La obsesión con la preservación de lo natural ha sido la más
reciente. Para ello, la izquierda ha abandonado a sus figuras clásicas (Marx,
Lenin, Trotsky, etc.), y más bien se ha conducido por el camino romántico de
Rousseau que añora una época en la que todo era natural.
El libro
de Mulet es una potente crítica a muchas de las ideas disparatadas que proceden
de los grupos ecologistas que, para bailar al son de la moda, recomiendan todo
‘al natural’, especialmente en la alimentación. Mulet recuerda que, desde el
Neolítico, el grueso de la alimentación humana no ha sido natural. Los pioneros
de la agricultura, mediante la selección artificial, crearon variedades que por
sí solas jamás hubiesen aparecido en la naturaleza. Y, si bien hubo un
larguísimo período paleolítico durante el cual los seres humanos se alimentaban
de raíces y otras fuentes de comida no cultivada, probablemente había un
déficit nutricional que la agricultura solventó (a pesar de que los competentes
antropólogos Jared Diamond y Marshall Sahlins opinan que los recolectores
tienen mejores niveles nutricionales que los agricultores).
Mulet
dedica atención a varios productos y técnicas naturistas que han sido abordados
en otros libros de la colección ¡Vaya timo! Pero, su principal y novedoso
aporte está en la defensa de los transgénicos en el capítulo 2, a mi juicio la porción más
importante del libro. Y, sospecho, esta parte del libro ha sido la más
discutida, pues los transgénicos siempre invitan a la controversia.
La
defensa que Mulet hace de los transgénicos es sumamente eficaz. Empieza por
señalar sus obvias ventajas. Los transgénicos hacen mucho más eficientes los
cultivos, lo cual permite alimentar a más gente, y destruir menos el medio
ambiente. También los transgénicos permiten ahorrar el largo tiempo que,
antaño, la selección artificial tradicional exigía para producir nuevas
variedades. Y, puesto que los genes a ser traspasados se aíslan previamente,
hay mayor certeza respecto a qué se está diseñando.
Pero,
por supuesto, hay toda una campaña mediática en contra de los transgénicos, y
Mulet oportunamente la desmonta. Se ataca a los transgénicos por alterar el
orden natural de las cosas, pero Mulet recuerda que llevamos más de diez mil
años alimentándonos con productos no naturales. Se dice que los transgénicos
son nocivos a la salud, pero no ha habido el menor indicio de que efectivamente
así sea. Tampoco es viable sostener que los transgénicos destruyen el medio
ambiente, pues más bien es al contrario: la eficiencia en el cultivo hace innecesaria
mayor deforestación.
Y, nunca pueden faltar los
alegatos económicos: las compañías que producen transgénicos explotan a los
campesinos, a quienes obligan a comprar sus semillas. Se ha alegado que la ola
de suicidios masivos de campesinos en la India se debe a las deudas contraídas con las
compañías de transgénicos. Mulet desmonta esta mentira, y recuerda que esos
suicidios se deben a las expropiaciones de tierras por parte del Estado indio.
Yo añado lo siguiente: si bien las compañías de transgénicos pueden generar
ganancias exorbitantes, nadie sale explotado. Sólo si se opera bajo la
ideología obtusa de que, en palabras del filósofo Montaigne, la ganancia de un
hombre es la pérdida de otro, entonces las compañías de transgénicos serán
vistas como los grandes ogros. Pero, es prudente ver acá una simbiosis: el
campesino que usa las semillas transgénicas no pierde; antes bien, la
eficiencia de sus cultivos gracias a la biotecnología, potencia sus ganancias,
y a la larga, abarata los costos de todos. Al final, como alguna vez escribió
el poeta Rudiyard Kipling, los transgénicos podrían “llenar la boca del hambre,
y hacer que cesa la enfermedad”.

En principio, esta
solicitud no me parece disparatada. Pero, Mulet sostiene que, si se etiquetan
los productos, el consumidor ya estaría condicionado a no comprarlos, pues esa
etiqueta inspira temor, debido a la manipulación mediática. Por ello, Mulet
defiende que no haya obligación de etiquetar. Yo discrepo. La falta moral no es
sólo la mentira, sino también la omisión. Y así, me parece, el consumidor tiene
derecho a ser informado sobre aquello que consume.
Los defensores de los
transgénicos sostienen que, en ese caso, la competencia sería injusta. Pues,
muchos productos son más riesgosos que los propios transgénicos, y con todo, no
se les exige etiquetar sus productos. Me parce que la solución más salomónica
sería exigir que todos los productos sean etiquetados. Los productos naturales
corren el enorme riesgo de transmitir la bacteria E. Coli. Pues bien, es
urgente que se vendan con etiquetas que adviertan al respecto. En todo hay
riesgo, por supuesto, y quizás, todas estas advertencias etiquetadas terminen
por hacer consumir masivamente calcomanías, lo cual en sí mismo se podría
convertir en un nuevo problema ecológico.
Pero, la solución por la
cual optemos, debe ser consistente. Si etiquetamos a los transgénicos, también
debemos etiquetar a los productos naturales con una consigna que diga
“¡Peligro, riesgo de E. Coli!”. Si esto suena muy alarmista y decidimos no
adoptar esa opción, entonces dejemos en paz a los transgénicos de una vez por
todas.