BUNGE, Mario. Las pseudociencias ¡vaya timo! Pamplona: Laetoli. 2010. 247 pp.
En mis años de estudiante de filosofía, buscaba una identidad, una pertenencia a un grupo filosófico. Estaban los estoicos, los platónicos, los ilustrados, los románticos, los existencialistas, y demás grupos. Pero, joven al fin (aún lo soy, por supuesto), no quería ser etiquetado de ‘anticuado’, y opté por adherirme al grupo más vanguardista, los postmodernistas. Tomé cursos sobre Derrida, Foucault, Deleuze, Lacan y otras vacas sagradas. Eventualmente, tomé un curso sobre Heidegger. Al principio, yo era entusiasta de que algún día comprendería de qué hablaba este señor, y tenía la esperanza de que, una vez que comprendiera una filosofía de tanta profundidad, sería superior al resto de mis compañeros que, por ser idiotas, no entendían a Heidegger, y optaban por filósofos menos difíciles, como John Stuart Mill o Montesquieu.
Pero, me entristeció ver que yo no entendía nada, mientras que en esos cursos, el profesor tenía sendos diálogos con mis compañeros a propósito de ‘el ser-para-la-muerte’, el ‘das man’ y demás linduras. Hice un esfuerzo por algunos meses por tratar de seguir esas conversaciones, pero cada vez me acomplejaba más, pues mis compañeros eran muy fluidos, y yo hacía el papel de Bernardo en El zorro: mudez total.
De pasada, en un remate de libros usados en mi universidad, me topé con el Diccionario de filosofía de un tal Mario Bunge. Ya conocía yo a ese señor, pues en los cursos propedéuticos de introducción a todas las carreras, se asignaba leer un librito de su autoría, La ciencia, su método y su filosofía, pero la imagen que yo tenía de él era un maestro de escuela, no un filósofo profundo como Foucault o Derrida. Quizás en ese diccionario podría encontrar una fácil exposición de Heidegger, la cual me permitiera abrir la boca en los cursos; compré el libro y me lo llevé a casa. Opté por leer la entrada sobre el ‘tiempo’ (a la cual Heidegger le ha dedicado tanta atención), y descubrí cómo Bunge denunciaba la charlatanería de un autor que escribía disparates como “el tiempo es el madurar de la temporalidad”.
Inmediatamente, me sentí como san Pablo camino a Damasco. Comprendí que es una pérdida de tiempo intentar comprender a los postmodernistas y frases como “la nada nadea”, y me sentí profundamente aliviado de no haber participado en los diálogos entre mi profesor y mis compañeros sobre el filósofo nazi. Pero, no me detuve ahí. La denuncia de la charlatanería de Heidegger me condujo a leer con entusiasmo muchos otros libros de Bunge sobre filosofía de la ciencia y filosofía de la mente.
Hoy, puedo afirmar sin titubeos que Bunge es el filósofo hispanoamericano más importante de la actualidad. Y, me entristece saber que pocas veces es reconocido como tal. Las universidades latinoamericanas, llenas de complejos tercermundistas, conceden abrumadora importancia a autores como Enrique Dussel (quien a veces pronuncia disparates como los de Heidegger), quienes se preocupan por temas tan espurios como la ‘raza cósmica’. Por otra parte, estas mismas universidades suelen ver a Bunge como un filósofo que, ciertamente nació en Hispanoamérica y habla castellano, pero es un ‘eurocéntrico’ por plantearse asuntos como la ciencia y la mente. ¡Qué idiotez!
La colección “¡Vaya timo!” acumula varios volúmenes dedicados a refutar algunas de las supercherías más populares, desde la conspiración lunar hasta la homeopatía. Muchas de estas creencias son pseudocientíficas, en el sentido de que pretenden pasar como ciencia, pero no cumplen con los requisitos debidos para ser consideradas como tal. En continuidad con el Círculo de Viena y Karl Popper, Bunge ha dedicado buena parte de su obra a establecer un criterio de demarcación entre lo que es y lo que no es ciencia.
A pesar de que es un heredero del Círculo de Viena y Popper, Bunge no comparte exactamente el mismo criterio de demarcación. El Círculo de Viena era demasiado rígido y consideraba que los enunciados de la metafísica carecen de sentido; Bunge sí considera que es posible armar un discurso metafísico, y que, al final, la misma ciencia reposa sobre bases metafísicas materialistas. Bunge tampoco acepta el falsacionismo de Popper, pues considera que hay hipótesis que no pueden ser falseadas, pero con todo, pueden considerarse científicas.
En este aspecto, vale corregir un error cometido por una de las prologuistas de esta obra, Cristina Corredor (o, en todo caso, el error procede del mismo Bunge, pues Corredor cita a Bunge). En palabras de Corredor: “… la falsabilidad no es un criterio suficiente, pues de ello se seguiría que todas las teorías falsas deberían considerarse científicas” (p. 20). En realidad, Popper jamás alegó esto. Popper sostuvo que son científicas aquellas teorías que podrían ser falseadas, pero que aún no lo han sido. En otras palabras, según el mismo Popper, aquellas teorías que ya han sido falseadas, no serían científicas. El lamarckismo es una teoría falseable, pero con todo, no es científica, precisamente porque los famosos experimentos de August Weismann refutaron la teoría de la herencia de los caracteres adquiridos (Weismann cortó las colas de ratones en varias generaciones, y las colas nunca desaparecieron de la población).
Las pseudociencias ¡vaya timo! es un conjunto de ensayos en los cuales Bunge expone su propio criterio de demarcación, y pasa revista a algunas de las disciplinas pseudocientíficas más comunes. En varios ensayos dedica atención a la parapsicología. Las críticas de Bunge a esta disciplina son demoledoras. Bunge señala cómo la parapsicología postula hallazgos que contradicen algunos de los principios de la física sobre los cuales tenemos plena seguridad. Así, por ejemplo, la precognición viola las relaciones de causalidad, la psicoquinesia viola el principio de la conservación de la energía, y la percepción extrasensorial viola la materialidad de la mente. Además, en condiciones de estricto control, los experimentos parapsicológicos nunca han podido repetir los resultados.
A pesar de que comparto estas críticas de Bunge a la parapsicología, creo que haríamos bien en tener un poco más de cautela en este asunto. Ciertamente las relaciones de causalidad y la conservación de la energía son principios muy firmes, que no pueden ser abandonados por unos escasos resultados aparentemente anómalos en experimentos parapsicológicos (contrario a lo que opinaba el filósofo Broad, a quien Bunge correctamente critica). Pero, no creo que debamos tener absoluta seguridad de que la mente es una sustancia material.
Me inclino, como Bunge, a ser un materialista respecto a la mente. Pero, debo admitir que hay argumentos muy intrigantes a favor del dualismo de sustancias (bajo esta doctrina, la mente sería una sustancia inmaterial separada del cuerpo); estos argumentos ya fueron expuestos por René Descartes en sus Meditaciones metafísicas. Creo que Descartes se equivocaba, pero debemos al menos considerar sus argumentos, pues a diferencia de los experimentos parapsicológicos, los argumentos cartesianos a favor del dualismo tienen algún grado de plausibilidad, y filósofos contemporáneos estimables como Plantinga y Swinburne, los han defendido. Al menos en Las pseudociencias ¡vaya timo!, Bunge no dedica atención a estos argumentos.
Además, el materialismo de Bunge deja sin buena explicación el estatuto ontológico de los objetos abstractos. Si, como menciona Bunge, “el mundo está compuesto exclusivamente de cosas concretas (materiales)” (p. 107), ¿cómo explicamos la existencia de los números, las leyes de la lógica, u otros objetos abstractos? Tradicionalmente los filósofos entienden que estos objetos son trascendentes, y en cuanto tal, no dependen de la materia para existir. Parece plausible pensar que, aun si desaparecieran todos los cerebros del mundo, el número tres (el cual no está compuesto de átomos, y por ende, no es una cosa material) seguiría existiendo. Éste es un tema muy duro en la filosofía, y no espero que en un libro de divulgación se atienda. Probablemente Bunge lo ha atendido en algún otro libro; pero sí cumplo con informar al lector que el materialismo enfrenta algunas objeciones que no resulta tan fácil superar.
Respecto a la parapsicología, hay otro asunto en el cual difiero de Bunge. Él menciona varias veces que las teorías de los parapsicólogos son ‘imposibles’. Yo no estoy de acuerdo. Un fenómeno como la percepción extrasensorial efectivamente viola la materialidad de la mente, pero no por ello es ‘imposible’. La palabra ‘imposible’ denota algo que no puede ocurrir bajo ningún escenario. En ese sentido, como advertía David Hume, lo imaginable es posible, pues si ocurre en al menos un escenario imaginado, entonces sí es posible. Un círculo cuadrado es imposible (ni siquiera lo podemos imaginar), pero una bruja volando sobre una escoba no es imposible.
Y, no tenemos mayor dificultad en imaginar un mundo en el cual existe la percepción extrasensorial (de hecho, el animismo primitivo es muy proclive a imaginar cosas como éstas). En este sentido, la percepción extrasensorial no es estrictamente ‘imposible’. Quizás mi objeción proceda de un capricho semántico sin mayor relevancia (¿qué significa exactamente ‘imposible’?), pero la filosofía se nutre mucho de este tipo de caprichos.
El psicoanálisis es otra de las disciplinas a las cuales Bunge dirige sus críticas, y éstas son muy oportunas. El psicoanálisis depende de una metafísica dualista, según la cual, la mente inmaterial actúa misteriosamente sobre el cuerpo (aunque, de nuevo, creo oportuno tener en consideración los argumentos dualistas de Descartes, aun si es para refutarlos); los avances de la neurociencia refutan esta premisa metafísica.
Además, en su énfasis en la represión, el psicoanálisis elabora todo tipo de hipótesis que no son científicas. Bunge dice que esas hipótesis no son verificables, pero yo diría, en continuidad con Popper, que sí son verificables, pero no falseables y que, por ende, no son científicas. Por ejemplo, cuando alguien no manifiesta el complejo de Edipo, ahí se verifica la represión: la ausencia del complejo de Edipo sería una verificación de que el individuo está reprimiendo ese complejo. Pero, la teoría del complejo de Edipo no es falseable, pues no existe ningún contraejemplo posible: se manifieste o no el supuesto complejo de Edipo, siempre verificará la hipótesis.
Bunge también denuncia los disparates freudianos sobre las personalidades ‘anales’ y ‘orales’, y señala que los datos empíricos refutan la hipótesis según la cual el entrenamiento para controlar esfínteres incide decisivamente sobre la personalidad. A lo sumo, Bunge acepta que el psicoanálisis hizo un aporte positivo al señalar la dimensión inconsciente de la mente, pero esto no es originario de Freud. Ya Sócrates había concebido algo similar. En cuanto a la eficiencia del psicoanálisis como terapia, Bunge concede mucho más crédito a la terapia conductual.
Me resulta más controvertida la valoración negativa que Bunge hace de la teoría del Big Bang, el gen egoísta y la sociobiología. Bunge señala que la cosmología es una disciplina especulativa, y según parece, él cree que la materia ha sido eterna. No parece dudar de que el Big Bang haya ocurrido, pero sí parece dudar de que este evento haya dado origen a la materia. No cuento con la formación académica para pronunciarme sobre este asunto; sólo agrego que figuras como Stephen Hawking sí defienden la idea de que el Big Bang es el origen de todo cuanto existe. En todo caso, creo que debemos ser muy cuidadosos de no rechazar la teoría del Big Bang por el mero de que parezca coincidir con la noción religiosa de creatio ex nihilo.
Las críticas de Bunge a la sociobiología y la teoría del gen egoísta no tienen mucho asidero. Bunge no parece apreciar que el término “gen egoísta” es una metáfora. Según parece, él cree que esta teoría postula que el gen es un ente con mente e intencionalidad: “un saco de moléculas, sin importar su grado de complejidad, no puede tener intenciones” (p. 119). Richard Dawkins, el forjador de esta teoría, nunca ha dicho algo como esto. La teoría de Dawkins postula que el gen es ‘egoísta’, como una manera metafórica de expresar el fenómeno en el cual una conducta altruista puede tener ventaja adaptativa, al permitir al individuo altruista, no propiamente su supervivencia, sino la supervivencia de aquellos que llevan parte de sus genes (parientes), entre ellos, el gen que codifica el altruismo.
Sospecho que Bunge no es muy hábil en comprender el uso de las metáforas, pues en otro rincón de esta misma obra, se queja de que la economía neoclásica incorpora ‘entidades fantasmales’ (la mano invisible del mercado). Independientemente de la valoración que podamos hacer de la economía neoclásica (y, yo comparto con Bunge muchas de sus críticas), debería resultar bastante obvio que la frase “mano invisible” es meramente metafórica. A no ser que, por supuesto, con su gran sentido del humor, Bunge quiera ser irónico al equivaler el estatuto pseudocientífico de la parapsicología con la economía neoclásica, y en ese caso, el inepto soy yo, al no comprender las ironías de este gran autor. Ésa es otra posibilidad.
En todo caso, Bunge critica a la sociobiología y la psicología evolucionista como si fueran teorías que suprimen la influencia del ambiente sobre la conformación de las personalidades. E.O. Wilson, el padre de la sociobiología nunca ha dicho que somos prisioneros absolutos de nuestros genes; de hecho, Wilson estima que nuestras conductas están genéticamente determinadas sólo en un diez por ciento. Por lo demás, esta afirmación de Bunge me parece una exageración que raya en lo extravagante: “la defensa de la sociobiología humana ha sido tan dogmática como la defensa de la hipótesis de que la Tierra es plana” (p. 120).
Vale agregar que la teoría de la tabla rasa, según la cual la mente es una hoja en blanco sobre la cual se van imprimiendo sensaciones desde el nacimiento, es cada vez más refutada. Hoy sabemos que disposiciones mentales tan elementales como el miedo a las serpientes, tienen una fuerte base genética. Y, de hecho, los estudios de gemelos cada vez más apuntan hacia esa dirección. Rasgos como la homosexualidad, algunos talentos o el altruismo sí parecen tener una base genética.
Aprovecho, además, para corregir un error de otro prologuista de esta obra, Rafael González del Solar. Éste critica a la psicología evolucionista señalando lo siguiente: “[La psicología evolucionista tiene] un compromiso adaptacionista. Se trata de un supuesto metodológico- más precisamente, de la hipótesis de que todos o casi todos los rasgos de un organismo son adaptativos” (p. 32).
Es cierto que la psicología evolucionista tiene una tendencia hacia el adaptacionismo. Pero, de ninguna manera la psicología evolucionista es reduccionista en este aspecto. La psicología evolucionista acepta perfectamente que algunos rasgos mentales no han sido propiamente adaptaciones, sino más bien productos colaterales de otras adaptaciones. La religión es quizás el caso más emblemático. A juicio de los psicólogos evolucionistas, la religión no es propiamente una adaptación con ventaja adaptativa. Es más bien un rasgo (incluso, muchos lo consideran destructivo) que surgió como consecuencia colateral del rasgo adaptativo de la obediencia de los niños a los padres, la atribución de agencia a fenómenos, y la formación de una teoría sobre otras mentes.
Bunge también ataca a la economía neoclásica. Sostiene que esta teoría asume erróneamente que las conductas económicas se guían por la racionalidad, y que el flujo de la información sobre el mercado es perfecto (en otras palabras, que no ocurre la especulación). Tampoco tengo suficiente formación académica como para pronunciarme sobre este asunto. Sólo señalo que, las críticas de Bunge me parecen plausibles, pero en honor a la justicia, hubiese sido pertinente que el mismo Bunge incluyera críticas a otra teoría económica muchas veces propuesta como alternativa, que seguramente tiene mucho de pseudocientífica, el marxismo. Encuentro la sociología de Marx someramente plausible (aunque, lo mismo que el psicoanálisis, creo como Popper, que muchas de sus tesis no son falseables), pero su economía ha sido decididamente refutada (no propiamente pseudocientífica), en especial su teoría del valor a partir del trabajo. En todo caso, en otros libros, Bunge sí ha dirigido críticas al marxismo, en especial, su dependencia respecto a Hegel, otro de los grandes especuladores que han hecho daño a la ciencia.
En esa misma tónica, Bunge pasa revista de filósofos como Husserl y Dilthey, quienes en su obsesión subjetivista, despojaron a las ciencias sociales de su rigor científico y objetividad. Aprovecha Bunge también para dirigir críticas severas al construccionismo social, la teoría según la cual, la ciencia no descubre los hechos, sino que los ‘construye’ mediante sus interpretaciones. Como corolario, Bunge se detiene a refutar a la gran bestia negra de la filosofía de la ciencia, Paul Feyerabend, y su doctrina del ‘anarquismo epistemológico’. A Feyerabend debemos el infame “todo vale”, según el cual, da lo mismo consultar a un brujo que consultar a un médico, pues sencillamente las reglas del método científico son arbitrarias.
Es en este aspecto donde Bunge es genial. Su defensa del realismo científico es brillante, como también lo es su exposición al ridículo de filósofos que aseguran que todo es una construcción social y que, como sostenía Berkley, el mundo exterior no existe. Aprovecho para promocionar un libro de mi autoría, El postmodernismo ¡vaya timo!, de esta misma colección, que será próximamente será publicado, y en el cual, en concordancia con Bunge, dirijo varias críticas a Feyerabend y a los constructivistas sociales.
Por último, Bunge dirige críticas a otras disciplinas y teorías sobre las cuales, francamente, he de admitir que no estoy versado en ellas como para si quiera emitir alguna opinión: caos, teoría del juego, teoría de las catástrofes, entre otras. En definitiva, Las pseudociencias ¡vaya timo! es un libro que amerita leer, especialmente entre aquellas personas que desean iniciarse a la filosofía de Bunge. En esta obra, se manifiestan los grandes rasgos que han caracterizado a Bunge durante casi setenta años de vida académica: humor, ironía, precisión analítica, sensatez y erudición. ¡Larga vida a Bunge!
Excelente introducción a Bunge, me queda una duda, que agradecería mucho si me la pudieses responder:
ResponderEliminar¿en cual de sus obras Bunge pasa revista de Hussers o Dilthey, al construccionismo social, y realiza la defenza del realismo científico?
te lo agradezco de antemano
Hola, creo que en "Buscar la filosofía en las ciencias sociales" habla de eso...
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